Por Pablo Cobos
El monopolio es una estructura de mercado en donde existe un único oferente de un cierto bien o servicio, es decir, una sola empresa domina todo el mercado de oferta. Algunos economistas contemporáneos también amplían la definición de monopolios, al referirse a empresas que ejercen cierto grado de control sobre los precios mediante la gestión de la oferta en su mercado, incluso si no son el único vendedor presente en ese mercado.
Un monopolio puede surgir por varias razones, como la obtención única de materias primas, el derecho de la propiedad para el investigador (patentes), competencia imperfecta (veremos los motivos), fusión entre empresas, regulaciones del Estado, etc.
Aquellos que defienden la mano fuerte del gobierno en la economía, utilizan el intervencionismo como herramienta para paliar este problema. Esta tesis argumenta que la libre competencia conduce a su propia destrucción, resultando en una economía en la que un reducido grupo de monopolios remanentes ejerce un dominio completo al concluir el proceso de concentración y centralización del capital. Sin embargo, la realidad es que, en la mayoría de los casos, los monopolios emergen con la colaboración y el respaldo del poder político (*1).
En países con fuertes medidas intervencionistas (como podría ser el caso de Venezuela o Cuba, entre otros), la regulación de precios ha tenido a menudo efectos negativos en la oferta y la calidad de los productos. El gobierno decidió poner tope a los precios de necesidades básicas como la comida y la medicina. Al contrario de lo esperado, estas medidas causaron escasez y redujeron la calidad de estos productos. Los fabricantes, enfrentados a la situación de que no podían obtener rentabilidad debido a la venta de productos a precios por debajo de su coste, se vieron forzados a recortar en calidad o incluso parar la producción.
En el último mes hemos podido ver el ejemplo de Aerolíneas Argentinas que, alejada de la eficiencia y rentabilidad típica de una empresa privada tras su reestatización en 2008, se ha vuelto ineficiente provocando pérdidas y causando cargas al Estado. Motivo por el cual se ha vuelto poco atractiva para la inversión externa, enfrentándose a una situación compleja, y que tendrá que encontrar la forma de continuar su actividad tras remodelar su gestión interna de recursos.
Si miramos la historia, veremos como las naciones occidentales experimentaron una lección difícil durante la década de 1930 en relación con el intervencionismo. La recesión económica en 1929 llevó a grandes países a aumentar los aranceles con la intención de preservar empleos. Sin embargo, este aumento en las barreras comerciales desencadenó respuestas similares en otros países, resultando en una drástica caída del comercio internacional que alargó la duración y gravedad de la Gran Depresión (*2).
La intención de proteger al consumidor y promover la competencia se vuelve en contra, causando un desabastecimiento preocupante y afectando negativamente a la vida cotidiana de la gente. No sólo afecta a la competitividad libre del mercado, sino que también a la eficiencia y sostenibilidad económicas de las empresas que se ven implicadas en movimientos de este estilo.
Si vamos al origen del asunto, surge una pregunta fundamental. ¿Cuál es la estrategia más adecuada para evitar la formación de los monopolios? En primer lugar, la implementación de un marco regulatorio equitativo que garantice que nadie disponga de ventajas exclusivas. Es vital fomentar la competencia. Nada beneficia más a los consumidores que un mercado competitivo que presione a la baja los precios. Un monopolio natural no debería impedir el acceso de otros al mercado.
¿Y si una empresa aumenta sus precios sin tener en cuenta a sus clientes en un momento de monopolio temporal? Estaría arriesgando su posición en el mercado y, aún peor, podría minar la confianza del cliente, o hacerlos cambiar de hábitos. Además, crearía una ventana de oportunidad para empresas emergentes que buscan atraer a los consumidores con precios más bajos en productos en funcionamiento probado.
Es difícil encontrar ejemplos de monopolios puros que operen a largo plazo. En un sistema de capitalismo sin restricciones, es poco común que un monopolio aguante lo suficiente como para tener un impacto significativo en la producción nacional, a menos que la empresa en cuestión cuente con el respaldo de alguna autoridad pública (*3).
Entonces, ¿por qué surgen los monopolios? En industrias clave como la electricidad o los combustibles fósiles, gran parte de la culpa recae en la intervención gubernamental, y lo vemos a continuación:
- Regulación excesiva: las regulaciones a menudo crean barreras de entrada para competidores potenciales al imponer requisitos, muchas veces complejos y costosos, lo que beneficia a empresas que ya están establecidas.
- Los privilegios: multitud de puertas giratorias otorgan valor al pensamiento de que grandes empresas obtienen ventajas mediante influencia política, con contratos exclusivos, subsidios y trato preferencial.
Esto tiene como consecuencia directa una falta de competencia real. Cuando debilitas la competencia natural, permites que las empresas establecidas mantengan su dominio.
Otro ejemplo de esto se puede ver en el impulso europeo en el desarrollo de los biocombustibles. Al margen del avance tecnológico (tema realmente interesante que daría para otro estudio), cuando una entidad pública reparte dinero a diferentes proyectos para desarrollar una tecnología concreta, se presenta lo siguiente:
- Empresas pequeñas generalmente presentan y aspiran a proyectos pequeños.
- Empresas grandes generalmente presentan y aspiran a proyectos grandes.
Esto se traduce en ganancias mayores a empresas mayores y, por tanto, a unos beneficios mayores en cuanto a desarrollo de esa tecnología emergente.
En este punto el lector podría pensar que de esta forma se dan oportunidades a pequeñas empresas. Lo que hay que dejar claro es que se hace a costa de perpetuar, de una forma más o menos evidente, el dominio de las grandes empresas. Sin embargo, la cuestión que nos gusta hacernos a nosotros es otra. ¿Realmente tiene la entidad pública el derecho a tomar este tipo de decisiones que afectan a todo el espectro empresarial?
La intervención estatal en un sector puede resolver desequilibrios temporales, pero no representa la solución óptima para evitar monopolios. Un entorno con burocracia reducida, una carga fiscal baja y un marco legal sólido constituyen la receta esencial para prevenir la consolidación de grandes monopolios.
Cabe destacar un aspecto importante: monopolios temporales pueden presentar avances tecnológicos. Algunas compañías han experimentado picos de investigación y desarrollo en momentos donde han obtenido mayores beneficios, otorgando así una innovación que no se hubiera dado sin esas condiciones. En base al estudio de Rainer Zitelmann en su libro En defensa del libre mercado, “desarrollar productos y mercados completamente nuevos implica riesgos y requisitos muy diferentes a los que son propios de la operativa en mercados establecidos. Es más probable que los empresarios acepten ese mayor riesgo cuando existe la posibilidad de obtener ganancias propias de una posición de monopolio que, al menos temporalmente, son significativamente superiores a los márgenes de ganancia habituales”.
Si nos encontrásemos con un período transitorio de monopolio, ¿no sería el liberalismo y el libre mercado el camino más equitativo hacia una competencia justa? La igualdad de condiciones es la clave. Si la empresa que mantiene temporalmente el control no influye en las reglas, la igualdad normativa sería la manera más justa de establecer un marco regulatorio.
No existe mayor incentivo para un empresario que contar con las mismas herramientas y el mismo marco normativo para competir en igualdad de condiciones por un mismo producto. El liberalismo se manifiesta como el sistema político y económico que, sin lugar a duda, ofrece la mayor protección contra posibles prácticas corruptas que benefician a los monopolios.
(*1) Hayek
(*2) Daniel Griswold
(*3) Schumpeter