Ante el rescate de Portugal

El Partido de la Libertad Individual (P-LIB) manifiesta su profunda preocupación por el desenlace de la crisis económica en Portugal, que concluye con la petición de rescate a las instituciones europeas.

Hace menos de un año, la casta política europea y española nos quiso convencer de la excepcionalidad del rescate griego, y en aquella ocasión España se aprestó a conceder un crédito generoso al gobierno de Atenas. Luego nos dijeron que Irlanda también era un caso excepcional. Portugal va a necesitar más de setenta mil millones de euros y en esta ocasión España no va a prestar dinero a Lisboa. Cabe preguntarse cómo estarán realmente las finanzas españolas para no salir ahora en apoyo del país vecino, a cuya economía están enormemente expuestas la banca y las empresas españolas. Naturalmente, no estaríamos a favor de tal crédito, como no lo estuvimos en el caso de Grecia, pero la apresurada negativa a concederlo (Portugal ni siquiera lo había pedido) deja bien claras la telarañas de nuestras arcas públicas.

El rescate de un Estado fallido con el dinero aportado por los sufridos contribuyentes del resto de Europa es una pésima práctica, propia de quienes se niegan a reconocer los males profundos que han provocado esta situación: el exceso de endeudamiento, la ficción monetarista, el peso brutal del Estado en la economía y la fuerte intervención de ésta, que la falsifica y la asfixia.

El P-LIB considera probable que España llegue a una situación como la portuguesa en los próximos meses. Ahora ya somos la siguiente ficha del dominó, y las medidas que deberían haberse tomado para impedirlo tendrían que estar vigentes desde hace muchos meses. Es significativo que el gobierno socialista portugués niegue haber invertido en su propia deuda el dinero de las pensiones, por encima de lo permitido. El P-LIB denunció hace unos días el alto riesgo en el que incurre el gobierno español por esta misma práctica. La desesperación de los economistas keynesianos que están al frente de las finanzas públicas en toda Europa, y desde luego en España y Portugal, les ha llevado a incurrir en prácticas de endeudamiento cada vez más arriesgadas, retrasando el problema pero agrandándolo cada día más. Adictos a la deuda, sólo conciben falsas soluciones basadas en refinanciar una y otra vez una deuda ya disparatada, admitiendo como acreedores a quien haga falta, desde la dictadura china hasta los fondos qataríes, y aceptando alegremente unos tipos de interés insostenibles. Todo menos reconocer que es el sistema económico estatalizado el que ha fracasado estrepitosamente.

Pero las quiebras no son necesariamente un desastre. Sirven para descartar modelos fallidos y reorientar adecuadamente los recursos. Los rescates están escondiendo la quiebra del modelo económico basado en el «consenso socialdemócrata»: altísimos impuestos, férrero control de la economía por un Estado gigantesco y entrometido, y colonización estatal de sectores de actividad como los servicios educativos y sanitarios, la producción cultural, la provisión de pensiones y seguros o el ejercicio de la asistencia solidaria. Tal vez sea mejor que el dominó termine de caer para que de las cenizas del intervencionismo nazca una Europa construida sobre la responsabilidad y la libertad económica.

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