Otra burbuja inmobiliaria: la Operación Chamartín

Adolfo Lozano | P-LIBEl Partido Libertario (P-LIB) de Madrid observa con preocupación la resurrección de la llamada operación Chamartín en Madrid. Con esta operación, que cuenta con una dotación presupuestaria inicial —que seguramente veamos aumentar sin control— de casi seis mil millones de euros, el gobierno de Madrid insiste en hipotecar una vez más el futuro de sus ciudadanos por otros veinte años. Los ciudadanos madrileños han tenido que hacer un tremendo esfuerzo económico durante la crisis para que los diversos gobiernos del PP, tanto a nivel municipal como nacional, resuciten una de las obras más faraónicas de la burbuja inmobiliaria.

El P-LIB de Madrid no comparte la irresponsable euforia desatada por la mayoría de los medios de comunicación ante el anuncio, ya que los ciudadanos madrileños nos jugamos más de lo que nos están vendiendo, siendo sus efectos beneficiosos tan lejanos como discutibles. Por un lado nos jugamos el dinero de nuestros impuestos a través de la participación de ADIF y el apoyo por parte de Fomento, por otro lado las molestias y contaminación de veinte años de obras, y finalmente el riesgo de aumentar la deuda pública y los impuestos a través los vergonzosos rescates a los que nos tienen acostumbrados. Y todo ello para que «probablemente acabemos teniendo otra cicatriz de pisos vacíos, agujeros y abandono, en la vieja y maltratada cara de nuestra querida ciudad» alerta Adolfo Lozano, miembro de la Ejecutiva madrileña del P-LIB.

Los liberales libertarios vemos este tipo de construcciones faraónicas como lo que realmente son: el producto de la inaceptable intromisión del Estado en el mercado del suelo, Y no olvidamos que la Ley del Suelo española es de las más intervencionistas de Europa, convirtiendo a alcaldes como Ana Botella, que dejará su puesto en tres meses, en personajes capaces de arriesgar nuestra calidad de vida y hacienda sin ningún tipo de responsabilidad futura por sus actos. Botella se despide así de una alcaldía a la que, si bien no accedió mediante elecciones, dejaba hasta ahora un regusto menos amargo y ruinoso que la de su faraónico predecesor.

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